FRANCIA EN DIEZ PUEBLOS COLGANTES (Y APTOS PARA VIAJEROS CON VÉRTIGO)

ROCAMADOUR, LA CIUDADELA SANTA

Rocamadour tiene todos los ingredientes para grabarse en la memoria. Construido en una grieta sobre la gran garganta del río Alzou, está considerado uno de los pueblos más bellos de Francia, situado en el departamento del Lot. El asentamiento ya existía en el siglo XII, cuando la historia narra que fue hallado el cuerpo de san Zacarías, marido de santa Verónica, rebautizado con el nombre de San Amadour y enterrado en la cripta de una pequeña capilla. Alrededor de esta leyenda creció la Capilla de Notre-Dame, un santuario excavado en la roca y lugar de peregrinaciones, donde se venera la tumba del santo y la talla de una Virgen negra del siglo XII. Actualmente, en la Esplanade du Sanctuaire, a la que se llega subiendo por una gran escalinata de piedra con 216 peldaños, se reúnen entre casas de piedra diversos edificios religiosos. Con el tiempo el pueblo se convirtió en etapa de la Ruta Jacobea que desde Europa se dirigía a Compostela. Por cierto que los peregrinos ascendían de rodillas hasta el santuario. Una curiosidad de Rocamadour es que sus vecinos siguen la tradición de asegurar que aquí se guarda Duracel, la espada que portaba el mítico Roland durante la batalla de Roncesvalles. Según esta leyenda, el soldado medieval la lanzó a cientos de kilómetros antes de clavarse en la roca de Notre-Dame de Rocamadour.

NAJAC, UNA SERPIENTE EN EL CORAZÓN DE UN BOSQUE

Najac se encarama como otros pueblos colgante al paisaje, sin embargo es único en su trazado. En lugar de tener casas en espiral con un castillo en lo alto, creció como una calle extendida en el corazón de los bosques del Aveyron. Najac se abraza perfectamente a la cresta rocosa. Mientras se camino en horizontal sobre este roquedo, los diversos monumentos de la ciudad se suceden uno tras otro, como la fuente monolítica que data del siglo XIV o las casas más antiguas del pueblo. Sobre un altozano, la fortaleza del Najac, muy bien conservada, preside la localidad. Sobresale por ser un perfecto ejemplo de defensa militar medieval, por tener las aspilleras más altas que se conocen y una Torre del Homenaje que, como un mirador a 200 metros de altura, regala una vista magnífico del valle del Aveyron.

ÉZE, LA ROCA DE LA RIVIERA FRANCESA

El accidentado interior de la Provenza dio cobijo desde antiguo a pueblos medievales concebidos como un bastión construido sobre una cima rocosa que hacía de fortaleza natural. La mayoría dominaban los territorios del interior, pero pocos se atrevían a dar la cara y asomarse al Mediterráneo. Ese es el caso de Éze, un pequeño pueblo literalmente encaramado a una elevación en primera línea de costa que hace de mirador sobre el mar. Situado cerca de Niza, se eleva a 427 metros sobre el collado d’Eze. Este pueblo colgante invita a un delicioso paseo en un entorno mediterráneo. Está coronado por una iglesia y una gran explanada que hoy hace de balconada, y conserva vestigios de su antiguo castillo. Sus calles, adornadas como un jardín con una vegetación exótica, han sido exquisitamente restauradas, algunas incluyendo los característicos callejones cubiertos provenzales con empinadas escalinatas.

CORDES-SUR-CIEL, TOCANDO EL CIELO

Cordes-sur-Ciel fue una de las primeras bastides colgantes, fundada por el conde de Toulouse el año 1222. Conserva intactas las murallas con las puertas a la ciudad, y sus estrechas calles adoquinadas, llenas de casas góticas. Destacó como un enclave inexpugnable, pero, justamente por ello, fue muy castigada. En la Edad Media, aquí se refugiaron habitantes de los pueblos asediados por el mítico Simon de Montfort, y monjes-soldado cátaros que huían de la persecución del obispo de Albi. La restauración del pueblo de 1940 devolvió la belleza original de este pueblo de la Occitania francesa.

Al amanecer del otoño y la primavera, un anillo de nubes rodea el enclave, dando la impresión de que flota sobre la nada. Dicen que esa imagen hipnótica fue la que inspiró su nombre Cordes-sur-Ciel. Las calles de este pueblo encaramado hacen viajar al medievo, con plazas porticadas y casas presididas por esculturas de dragones. Cordes-sur-Ciel cuenta con el Museo de las Artes del Azúcar y el Chocolate, único del país, cuya visita guiada finaliza en la tienda del museo donde se puede poner un dulce final al recorrido

PONT-EN-ROYANS, A RAS DEL AGUA

En el siglo XVI, el puente de Pont-en-Royans era un paso estratégico entre el macizo de Vercors y el valle del Isère. Aquella pasarela de piedra dio origen a un pueblo por el que discurría la ruta del transporte de madera por el río. Así nació Pont-en-Royans. Al ir creciendo el pueblo, los habitantes decidieron construir sus viviendas en línea adosadas al muro pétreo, casi rozando la ribera del río. La mejor vista para comprobarlo se obtiene desde los miradores instalados en la otra orilla. Las antiguas casas colgantes de Pont-en-Royans, hoy situado dentro de los límites del Parque Natural Regional del Vercors, en la región de Rhone-Alps, muestran un encanto singular. Es posible visitar un pequeño Museo del Agua, un espacio interactivo dedicado a la historia de la localidad, tan ligada a la madera y a esta sustancia.

GORDES, UN PUEBLO CON RAÍCES

Gordes es un perfecto ejemplo de construcción medieval y un singular enclave colgante, pero también subterráneo, del departamento de la Vaucluse. Creció en lo alto de un acantilado para proteger a sus moradores, con sus casas construidas en espiral y un castillo originario del siglo XI coronándolo, que se conserva en muy buen estado, mostrando su planta cuadrada con torres circulares en las esquinas. En el siglo XVI se incorporó una fachada renacentista. Junto a él se pueden ver la iglesia de Nuestra Señora de Gordes, iniciada en el siglo XII en estilo románico y remodelada en el XVII, y el Palacio de Saint-Firmin, con sus bodegas en el subsuelo. Lo singular de este pueblo, desde el que se disfruta de una amplia vista del macizo del Luberon, es que una vez tuvo una vida subterránea. Los habitantes vivían en sus casas, pero las actividades artesanales y comerciales las desarrollaban bajo tierra en habitáculos excavados en la roca. Muchos han sucumbido al paso del tiempo, pero se puede ver algún ejemplo bajo el Palacio de Saint-Firmin, donde quedan restos de molinos de aceite, aljibes y otros elementos de este pasado troglodita. La aldea colgante salva los desniveles con calles empinadas y en ocasiones con escalinatas y algún túnel, por los que se comunican las casas, molinos y monumentos. Tampoco hay que dejar de visitar la cercana abadía cisterciense de Sénanque (siglo XII), otra joya de Gordes, un enorme conjunto arquitectónico que se alza entre campos de lavanda.

La fisonomía y ubicación singulares de Gordes, encastrado sobre una loma, atrajo a inicios del siglo XX a muchos pintores que buscaban inspiración en los paisajes franceses, como Marc Chagall quien para sus dibujos en blanco y negro se inspiró en los tonos de las piedras secas de la región. Gordes está incluido en la lista de los pueblos más bellos de Francia.

BEYNAC-ET-CANEZAC, EL PUEBLO QUE TREPA POR LA COLINA

El valle del Dordoña preserva la esencia natural y cultural del corazón de Francia, con sus llanuras con viñedos y fortalezas de aire medieval. En ese entorno, el fotogénico Beynac-et-Canezac se eleva sobre la roca como una corona de piedra. Este enclave fortificado nació en el siglo XIII y preserva toda su esencia de la época medieval, coronado por un baluarte del siglo XII, que aún alberga varias puertas fortificadas y es de los mejor conservados de la región. Desde la base del río se sube a los distintos niveles que hoy presenta el pueblo por un empinado camino, encajado entre las casas que a partir de la Edad Media empezaron a construirse adosadas a este acantilado del río Dordoña. Arriba, las callejuelas están flanqueadas por casas con fachadas de entramados de madera. Su iglesia de Saint-Jacques recibía peregrinos que desde el corazón de Europa se dirigían a Santiago de Compostela. En la plaza Pélissière aún se conserva la fuente en la que se refrescaban al llegar al pueblo.

LA ROQUE-GAGEAC, UN JARDÍN TROPICAL JUNTO AL DORDOÑA

La Roque-Gageac es un pueblo colgante de la región de Aquitania. Alineado a los pies de la roca, su emplazamiento ha estado ocupado por el hombre desde la Prehistoria. De la época galo-romana quedan vestigios de una calzada y de una villa noble, así como de un pozo romano conservado en muy buen estado. La Roque-Gageac nació sobre el estrecho margen que hay entre el acantilado y el cauce del Dordoña, junto al cual se extiende con una única calle donde se levantan sus casas de tejados rojizos y muros de roca amarilla extraída en otros tiempos de estos mismos precipicios. Con el paso del tiempo, este pueblo encantador fue creciendo trepando por la pared rocosa que lo preside, hasta completar una postal magnífica. La visita invita a recorrer sus tranquilas callejuelas, su bastión excavado en la roca y sus plazas adornadas con una vegetación tropical de palmeras, árboles de plátano, higueras y cactus, que allí crecen gracias a un microclima especial. Lo mejor es concluir el paseo junto a la pequeña iglesia del siglo XIV que culmina el pueblo, contemplando una amplia vista sobre el valle del Dordoña.

CASTELNAUD-LA-CHAPELLE, UN BASTIÓN IMPONENTE

También en la región de Aquitania, Castelnaud-la-Chapelle se asienta en un privilegiado emplazamiento, justo frente a la confluencia de los ríos Dordoña y Céou y muy cerca de Beynac-et-Cazenac. Castelnaud, que fue creciendo en terrazas sobre la colina, destaca por sus dos castillos: uno es la imponente fortaleza medieval del siglo XIII que corona la localidad; el otro, el Castillo des Milandes, situado a las afueras y de estilo palaciego. Los orígenes del pueblo se remontan a inicios del siglo XIII, cuando el entonces poderoso señor de Castelnaud, ferviente defensor de la fe cátara, mandó construir esta inexpugnable bastide fortificada. En aquella época también había detractores del catarismo, entre los que se encontraba el temido Simón de Montfort, quien lideró la cruzada contra los Albigenses y tomó e incendió el castillo de Castelnaud en 1214. En otro escenario bélico, en el siglo XIV, Castelnaud también jugó un destacado papel en la Guerra de los Cien Años, formando parte del bando inglés y enfrentándose a su eterno rival y vecino: Beynac. Las continuas guerras y asaltos hicieron que el castillo cambiara siete veces de bando en apenas unos años. No fue hasta el 1442 cuando el castillo pasó definitivamente a manos de los franceses. Hoy en día, alberga en su interior el Museo de la Guerra Medieval, donde se exhibe una colección de armas y armaduras medievales, así como maquinas de asedio. El pueblo forma parte de Les plus beaux villages de France.

SAINT-CIRQ LAPOPIE

La coqueta localidad de Saint-Cirq-Lapopie preside un roquedo que se levanta desde la orilla del río Lot, en el departamento del mismo nombre, en pleno corazón del Parque Natural des Causses du Quercy. El lugar estuvo habitado desde la época galo-romano pero su desarrollo comenzó en la Edad Media, primero por el comercio de madera que circulaba en gabarras por el cauce fluvial, y también por convertirse en etapa de la Ruta de Saint-Jacques en Francia. Hasta principios del siglo XX, la economía local estuvo vinculada a los bosques y a los viñedos del Lot, por lo que la localidad todavía cuenta con muchos talleres donde se fabrican objetos de madera, entre estos barricas para las bodegas locales. Este pueblo encaramado conserva el encanto de sus callejones empedrados y sus casas medievales adornadas con flores. Saint-Cirq-Lapopie es Monumento Histórico, y figura asimismo en la lista de los pueblos más bellos de Francia. Es además un destino atractivo para los pintores, por lo que acoge a numerosos jóvenes creadores que ofrecen sus trabajos en las galerías de arte surgidas en este pequeño enclave.

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